España es un gran productor de productos ecológicos. Son ya más de 30.000 productores y casi 3.000 elaboradores los que trabajan bajo este sistema de producción. La superficie cultivada supera el millón y medio de hectáreas de las que el 50% se sitúan en Andalucía. Sin embargo, el consumo es todavía muy bajo. El gasto en este tipo de productos (fundamentalmente frutas y hortalizas) asciende a 965 millones de euros anuales según un estudio de Ecovalia, dato muy alejado del de Alemania, donde los consumidores gastan unos 6.600 millones de euros anuales. La mayor parte de nuestra producción (75%) se destina a la exportación, no en vano, el 35% de los alimentos de este tipo que se consumen en Europa son españoles. ¿Son los actuales canales de comercialización de frescos el problema? Yo creo que no. En España tenemos 32.600 establecimientos de comercio tradicional, 20.100 establecimientos de distribución moderna y 300.000 puntos de venta del canal HORECA (hostelería, restauración y catering) donde compramos diariamente nuestros productos de alimentación, por lo que la diversidad de modelos y formatos parece poder garantizar la disponibilidad de estos productos para los consumidores que realmente los demanden. 

¿Qué ocurre entonces? En mi opinión confluyen 3 cosas. En primer lugar, España encadena desde el comienzo de la crisis los peores años que se recuerdan en relación con el consumo alimentario, con una disminución de la renta disponible de los consumidores clara y notoria como demuestra la bajada del 30% que ha experimentado el índice de comercio minorista desde 2006. Desde entonces, el consumidor buscar fundamentalmente precio. Por otro lado, la comercialización de estos productos ha seguido, en mi opinión, una estrategia de venta equivocada durante los últimos años. Se ha presentado lo ecológico al consumidor como un producto gourmet o premium exclusivamente y se ha perdido la oportunidad de acceder al grueso de los consumidores. 

Por último, se ha tratado de convencer al consumidor de las bondades de los productos ecológicos tratándoles de explicar los complicados preceptos recogidos en el Reglamento europeo sobre producción ecológica (actualmente en revisión, por cierto) en vez comunicar atributos más tangibles propios de este modelo de producción como la proximidad, la frescura, el sabor, la tradición, el comienzo/final de las temporadas de producción, las peculiaridades de cada producto y de su elaboración o la historia que tienen detrás. Estoy seguro que una visión más integral de la cadena alimentaria en su conjunto que propiciara una reflexión sobre la forma de producir y comercializar estos productos en el mercado, podría ayudar a mejorar sus niveles de consumo y, por qué no, a articular una defensa conjunta de los intereses de España de cara al Reglamento que actualmente se debate en Bruselas. ¿Nos ponemos a ello?