Me ha bastado pasar una larga jornada de trabajo con la jefa de compras de productos frescos de una gran empresa de distribución alimentaria para darme cuenta de la importancia que tienen estas personas para una empresa de este tipo. Personas como ella, que ha dedicado gran parte de su vida a algo tan complejo como comprar los productos frescos con los que conquistar diariamente a los clientes de las tiendas de su compañía, atesoran un nivel de conocimiento incalculable sobre los productos alimentarios que nos comemos cada día.

Se trata de un perfil profesional con un alto grado de especificidad en una materia, la cultura alimentaria, que difícilmente se aprende en las aulas. Este tipo de personas dominan a la perfección la totalidad de los productos del mercado, sus variedades, su calidad, sus diferentes calibres, sus propiedades organolépticas, su cotización en el mercado, su origen e historia, sus calendarios de cosecha, sus zonas de producción, e incluso, su forma óptima de consumo. Son capaces de distinguir a distancia un producto singular de otro que no lo es, y en eso basan el éxito de lo que hacen.

Sólo una empresa con trabajadores de este perfil puede incorporar la cooperación con agricultores, ganaderos y pescadores en su ADN. Conocer de cerca el producto no es suficiente si no se tiene criterio para distinguir un producto bueno de uno mejor. Haber “crecido” junto al productor hace que puedas “defender el producto” y comunicarlo al cliente mejor que nadie. Trabajar en estrecha colaboración con los agricultores permite encontrar ese producto ideal en torno al cual construir tu modelo empresarial. El consumidor termina valorando un producto de calidad. Si se ha sembrado a tiempo y las condiciones ayudan, cosechar el reconocimiento del cliente es sólo cuestión de tiempo.