La sostenibilidad es uno de los atributos que se utilizan para promocionar muchos productos con el objetivo de intentar llegar a ciertos consumidores que algunos denominan eco-concienciados. La Comisión Europea, al menos la DG SANCO (Dirección General de Sanidad y Consumo), parece decidida a apostar por liderar un proceso hacia una alimentación más sostenible, tratando de producir más, utilizando menos recursos, o lo que es lo mismo,  de reducir la huella de carbono (balance total de emisiones de carbono emitidas para la producción, transformación y distribución) de los alimentos, mejorar el medio ambiente y gestionar de forma más eficiente los recursos naturales empleados para ello. 

La organización Friends of Europe está desarrollando con apoyo de la Comisión un proyecto sobre alimentación sostenible titulado Live Well for Life. En él están tratando de desarrollar una serie de propuestas de cambios alimenticios en distintos países de la Unión Europea con el objetivo de diseñar dietas más sostenibles que reduzcan un 25 las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Desde mi punto de vista, independientemente de que esas dietas se ajusten en mayor o menor medida a los gustos de los consumidores, creo que no tendrán éxito si no suponen un ahorro económico claro para las familias. El hecho de suponer un mayor nivel de sostenibilidad no será argumento suficiente para que funcione. Y me explico.

Tal y como se podía leer esta semana en el blog “Del marketing al marqueting”, lo sostenible cae bien, pero no motiva. Estoy totalmente de acuerdo. Tal y como afirma su autor, las personas se interesan más por lo cercano, es decir, por lo tangible y por lo que va a suceder a corto plazo. La sostenibilidad no se palpa ni se siente cerca, por lo menos en nuestra sociedad. El cambio de tendencia hacia una alimentación más sostenible que pretende la Comisión no será un camino fácil si los consumidores no ven en ello algo más que un simple guiño a la salud de nuestro planeta.